En diciembre del año pasado se sembró en mí la curiosidad de conocer acerca de la pedagogía Waldorf y decidí tomar un curso de verano en el centro Antroposófico de Cuernavaca, por medio del cual puede uno capacitarse como maestro para este sistema.
Llegué a Cuernavaca, me instalé en mi “humilde pero limpio cuarto” y me preparé para comenzar una interesante travesía. Al siguiente día me dirigí al centro, caminé por los alrededores y al llegar sentí una sensación increíble de libertad. El clima es fresco, el lugar cubierto por frondosos árboles y vegetación exuberante, variedad de bichos de colores que creaban un ambiente verdaderamente mágico. Los organizadores hacían énfasis en la importancia de estar en contacto con la naturaleza, sentir y vivir los colores, las formas y la energía que emanan de ella.
El primer día observé y fui observada, me sentía extraña por lo que decidí alejarme e interactué poco con la gente. Comencé a emitir juicios en cuestión de segundos y todo aquello que había sentido se vio repentinamente opacado por la frivolidad de mi razón. Que si me daba pena esto, que si la gente era de cierta manera, que si estaba limpio o sucio, que bien, que mal, que ridículo, que incómodo, etc.… Los primeros días, predominó mi actitud de juez y requería de gran esfuerzo para concluir cualquier actividad. Recuerdo haber mandado un mensaje a manera de burla diciendo: “Me siento en un retiro espiritual.” Mi falta de madurez provocó expresarme erróneamente (nunca he ido a un retiro aburrido) al sentir que no era lo que esperaba.
Con gusto ahora puedo decir que no fue lo que me esperaba, fue aún mejor. Con el pasar de los días, con la paz de aquel lugar, las palabras interesantes y la convivencia; mis hombros comenzaron a sentirse ligeros, mi sonrisa pasó de ser cortés a ser natural y divertida, mis sentidos sensibles y mi actitud sencilla y positiva. Escuché cada palabra que los maestros emitían, disfruté cada clase, compartí experiencias y conocimientos con personas de diferentes nacionalidades.. el tiempo fluía sin darme cuenta. En mi clase de pintura pretendí ser un artista inspirado, en la clase de canto reí y bailé como una niña, mis clases teóricas eran un asombro continuo y, en euritmia, mi cuerpo se movía armónicamente. Es impresionante como la creatividad puede iluminar el espíritu. No hubo actividad alguna que no nos hiciera pensar, sentir, reír o maravillarnos. Caí en cuenta lo necesitados que estamos de llenar los vacíos, de encontrarle sentido a lo que sucede, la preocupación colectiva pero ocupación casi nula. Así pues concluí mi curso con la satisfacción de haber vivido algo diferente, de ampliar mi panorama, con la motivación de continuar aprendiendo sobre lo que me apasiona y la promesa de transmitirlo.
El último día se inauguró para el centro una fuente en forma de ocho, como escultura simbólica, debido a lo siguiente:
Rudolf Steiner, creador de la Antroposofía, concedía una extrema importancia al agua, aplicando sus esquemas fluídicos y energéticos a la agricultura, al arte, la medicina, e incluso al lenguaje y a la expresión corporal. Si la dejamos fluir libremente en un plano inclinado, por liso que sea, seguirá un curso serpenteante, con un enigmático diseño en espiral. El escultor inglés John Wilkes, inspirándose en similares observaciones, comenzó en los años setenta a crear fuentes en forma de ocho, que indujeran un movimiento rítmico del agua. Sus esculturas acuáticas, además de ser bellísimas obras de arte, tienen como objetivo reproducir y vivificar la misma danza vital que sigue en la Naturaleza, devolviéndole, además, su condición de "agua viva".
Fue ahí donde, mientras encendían dicha fuente, escuché el siguiente poema de Goethe que me enchinó el cuero.
Canción de los espíritus sobre el agua.
El alma humana es como el agua:
viene del cielo y al cielo vuelve
pasando por la tierra,
siempre cambiando.
Su clara dirección fluye desde el acantilado
moviéndose dulcemente en olas de nubes
hacia el suave pico que toma amablemente.
Va hacia abajo velándolo todo,
murmurando suavemente en las profundidades.
Cuando las rocas sobresalen contrarias a su caída,
insatisfecha hace espuma. Va paso a paso hacia el abismo.
Con el lecho plano hurta su camino a los prados en los valles.
Y en el quieto lago, todas las constelaciones estelares se deleitan en su semblante.
El viento es el dulce amante de la ola.
El viento mezcla el movimiento espumoso desde el fondo.
¡Alma humana que tanto eres como el agua!
¡Destino humano que tanto eres como el viento!